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JARANDILLA, DESCANSO IMPERIAL 

PIEDRAS DORMIDAS

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Despertad piedras dormidas, abandonad el letargo de siglos y contadnos lo que con tanto
anhelo guardáis en los recodos del olvido.
Castillo de los Condes de Oropesa, 11 de noviembre de 1556, caída la tarde, exhausto y
cansado del mundo, llegó a Jarandilla el monarca Carlos I de España y V de Alemania,
emperador de emperadores, en el que sería su último viaje. Atrás quedaron esos días de
batallas, glorias y derrotas, daba gracias a Dios, “Señor ya no franqueare ningún otro puerto si
no el de la muerte”
Los señores de Jarandilla, los Álvarez de Toledo, orgullosos y honrados, le ofrecieron su
castillo, habilitando una de las habitaciones, respondiendo a las exigencias del monarca, sin
grandes lujos, como él quería, una chimenea, mesa y sillas que le permitiesen comer en
soledad pues no gustaba que le viesen masticar por sus problemas de mandíbula y, lo más
importante, un hermoso corredor con vistas al patio de armas desde el que sentir el perfume
de los naranjos y atrapar el poquito de sol que reconfortaría su alma en aquel invierno gris.
Aldeanos y artesanos le agasajaban con lo poco que tenían, castañas, higos, truchas, vinos y
licores que devoraba con glotonería.
Casi tres meses estuvo en este hermoso rincón jarandillano, rodeado de las mismas almenas
de piedra, puente levadizo arcos y portones, que aun hoy disfrutamos envolviéndonos en esa
aura de misterio que se respira en este castillo. Aquí el tiempo parece pararse y llevarnos con
la imaginación a entrever a nuestro señor paseando su cojera por sendas de arboledas,
bebiendo el agua fresca de las fuentes o aspirando el olor a vida, esa vida que se le escapaba a
cada suspiro.
3 de febrero de 1557, el día de la partida, despidió a su guardia, ya no necesitaba de sus
servicios. Los valientes soldados rompieron sus lanzas y prometieron que esta sería la última
paga, nunca lucharían por nadie, solo por su emperador y arrodillados se despidieron junto a
las pobres gentes del pueblo que le gritaban ¡Viva el emperador!
No olvidaría su majestad el paso por la Villa de Jarandilla, dejándonos su mejor legado que
compartimos con orgullo con todo aquel que nos visita.
©Ana María Rodríguez García

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