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LAS LAVANDERAS
 

Las lavanderas

En la foto se pueden ver tres mujeres lavando algo de ropa en la regadera de la villa, a su paso por la Plaza Nueva de Jarandilla. Restriegan o frotan la ropa sobre la tabla de lavar. Una de ellas tiene a su lado una palangana esmaltada en blanco con el borde negro, un lujo entonces porque lo habitual era usar baños de zinc. Están arrodilladas sobre una tajuela de madera, en igual postura que cuando se fregaba a mano, con un cepillo y un trapo, los suelos de piedra o de tablas.

Antes todas las mujeres eran lavanderas porque todas lavaban la ropa de su casa, solo algunas lo hacían con ropas de casas ajenas,  y lavar era también uno de tantos oficios de las que servían como criadas.

Las mujeres solían acercarse hasta la garganta más próxima al pueblo, la llamada entonces  Garganta del Señor, ahora Jarandilleja, y lavaban cerca de la ermita del Cristo, en el charco del Señor y, corriente abajo, junto al puente del “Roaero”. Iban con grandes cestos de mimbre repletos de ropas si la colada era muy abundante, o algún baño más pequeño si solo lavaban el escaso ”hato” diario, aunque entonces solían hacerlo en la  Regadera, en un punto más cercano a su casa.

Utilizaban jabón casero que hacían con sosa y las grasas sobrantes de la cocina, jabón que aún se sigue utilizando. También llevaban apoyada a la cintura la tajuela, uno de los enseres para lavar la colada que las mujeres aportaban dentro de la dote. Otro era la tabla de lavar que por su gran tamaño se dejaba en casa para ir a la garganta pues allí se elegía una piedra lisa, la más adecuada para frotar la ropa. Por esto cada lavandera tenía su lugar, elegido por la piedra y asignado por la costumbre.

Allí, con el cesto al lado, se arrodillaban en la tajuela y comenzaban a lavar. Luego ponían la ropa blanca a solear para que la luz del sol las blanqueara y eliminara o “se comiera”, las manchas y los amarilleos que salían del uso, ésto era “poner a comedero la ropa”, cosa que no se hacía con la de color porque se “escomeaba”, es decir se decoloraba con el sol.

 Más tarde aclaraban la ropa en el agua de la garganta, ya limpia y clara porque los restos de la espuma blanca del jabón se habían ido con la corriente, la retorcían, tarea en la que las mujeres solían ayudarse, para poder escurrirla, y la tendían cuidadosamente expuestas al sol y así el campo parecía sembrado de manchas, blancas como la nieve o de variados colores. Sin un descanso volvían a casa para atender a los hijos que habían dejado dormidos o a realizar las tareas de la casa para regresar cuanto antes a recoger la ropa tendida.

Cargadas con los cestos, ahora más pesados que por la mañana por la humedad de las ropas, regresaban a casa donde acababan de secarla.

Para entonces las fuerzas empezaban a escasear y el paso se hacía más cansino al igual que el de los  niños, siempre pegados a sus faldas, que volvían cansados de salpicarse con el agua y correr entre las ropas tendidas al sol mientras ellas les ahuyentaban con gran griterío para que no las mancharan o no se cayeran al agua.

Eran mujeres aguerridas, no se amedrentaban con las dificultades por lo que no eran raras las riñas entre ellas por defender el  lugar donde solían lavar y tenían como propio;  solidarias, tejían una red invisible para lavar la ropa o hacer alguna otra tarea a las vecinas enfermas que no podían hacerlo ni tenían quien se lo hiciera.

También eran esforzadas, alegres y  dicharacheras. Si coincidían en la garganta transformaban  la colada en una jornada  de cantos y confidencias femeninas, en un rato festivo aunque el trabajo fuera duro  y el agua fría, al igual que el fuego, las escociera y enrojeciera las agrietadas manos.

La tecnología hace tiempo que dejó a las lavanderas relegadas al pasado y su recuerdo se está perdiendo definitivamente en el olvido.  @ Guadalupe Morales

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